En el mar rojo, ubicada en una ensenada llana y ovalada, que se adentra a lo largo de la costa de Sudán y casi escondida con la isla que la soporta, duerme la ciudad de Suakin. Y quizás duerme soñando con sus tiempos de esplendor, cuando fue la ciudad más lujosa del mundo.
Se considera que la ciudad fue fundada en el siglo XII a.C. por el faraón egipcio Ramsés III y, desde entonces, su lugar estratégico la convirtió en el punto clave para el comercio de la zona. Según una leyenda árabe, en la isla estuvo prisionero el Rey Salomón, hijo del rey David y último monarca del reino unido de Israel.
A lo largo de los siglos se surtió de diferentes culturas que se entremezclaron reflejándose también en las construcciones: veneciana, árabe, otomana… También a lo largo del tiempo se disputaron su posesión diferentes pueblos, como los turcos o los portugueses.
En el siglo VII fue una de las principales conexiones con Arabia. Más adelante, en la época de las Cruzadas, se convirtió en uno de los lugares más florecientes desde donde salían las rutas comerciales hacia el este y donde embarcaban los peregrinos de Etiopía hacia Jerusalén. En el siglo XIII recibió la llegada de un gran número de comerciantes venecianos, manteniéndose como enclave cristiano. Posteriormente, con la llegada de los musulmanes se modificaron las antiguas casas de adobe y los edificios alcanzaban dos o tres pisos de altura con persianas decoradas.
Suakin era una ciudad donde la mayor parte de las viviendas se construyeron con coral blanco, recubiertos de estuco blanco y con grabados en madera y piedra.
Toda la prosperidad de la isla empezó a decaer en el siglo XVII. La creación de nuevos puertos comerciales y la emigración de sus habitantes dedicados mayormente al comercio, contribuyeron al declive de Suakin que vio cómo se esfumaba el lujo y desaparecía toda su gente cuyas viviendas quedaron a merced de la ruina y el abandono.
Corría el año 1814 cuando el aventurero suizo Jean Louis Burckhard, de viaje por aquellos lugares, dio testimonio del deterioro de la isla y de la actividad principal que se desarrollaba en ella. El comercio de telas, productos exóticos y de lujo, había dado paso al comercio de las perlas y de esclavos, siendo el último lugar donde se conoce que se hacía esta práctica de venta humana.
Hoy día parece una ciudad fantasma y sus edificios se encuentran prácticamente en ruinas aunque se han levantado, de forma aislada, algunos edificios nuevos.
Actualmente la UNESCO insiste ante el gobierno de Sudán para que rehabilite la isla.
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