Ser un apasionado del mundo de los viajes conlleva adherirse a una serie de principios que tienes que seguir en cada aventura: llegar hasta donde nadie más llega, ver todo lo que se pueda en un solo día, vivir la cultura de los lugares que visitas y, por supuesto, saborear la gastronomía única de cada localidad. Esos mismos principios son los que me llevaron, en el pasado, a probar las hormigas colombianas (con un sabor apagado, pero con una textura crujiente) y los chapulines mexicanos (unos saltamontes triturados que no son fáciles de digerir a la primera, a no ser que los pidas en un restaurante de cinco estrellas).
Mi último logro en esta extravagante apuesta gastronómica fue probar lo que es considerado, por muchos, como «el caviar mexicano«: los escamoles. Fue en un elegante restaurante localizado en el centro de la Ciudad de México, llamado Prendes, donde me ofrecieron probar este plato típico del que, hasta la fecha, nunca había oído hablar.
La descripción no era nada prometedora: «los escamoles son unos huevos de hormiga, pero no te preocupes, porque no lo parecen». Con esas palabras me intentaba tranquilizar el camarero, al que respondí que «estaba seguro de que no sería más arriesgado que probar los chapulines».
Buscar más detalles en Wikipedia no es aconsejable, ya que lo describen como «larvas de la hormiga«. Mejor dejémoslo en «huevos», suena mejor. Estos provienen de nidos de hormigas localizados bajo tierra y se suelen cosechar cada año entre los meses de marzo y abril. Al parecer, no resulta nada sencillo animar a estas hormigas a que se junten de una manera amorosa, digamos, porque son agresivas. Esto es lo que hace que el escamole resulte caro y sea considerado un auténtico manjar. De ahí que sea conocido como «el caviar mexicano«.
La presentación del plato invita a probarlo: en una cazuela de barro te brindan un guiso con pimientos rojos y lo que parecen ser granos de maíz (que en realidad son los famosos huevos de hormiga).
Vamos a por el primer bocado, con un poco de recelo, como siempre. Y no está nada mal: deja un sabor fuerte en el paladar, pero el plato es fácil de digerir y más aún si lo acompañas de salsas y tortillas de maíz. De hecho, es tan exquisito, que invita a devorarlo,
Todo va bien hasta que uno de «estos granos de maíz» rompe mi felicidad culinaria en esos momentos. Piénsate bien si quieres seguir leyendo la siguiente parte, porque no es apta para audiencias sensibles.
El huevo se abrió a la mitad revelando el esqueleto de la hormiga. Tal y como se puede observar en la imagen, la escena cambia por completo y deja de ser apetitosa. Ahora estás contemplando las tripas y las antenas de un pequeño insecto que te estás comiendo como si se tratara de un simple vegetal. En ese momento decidí apartar el plato. Total, la misión ya la puedo dar por superada y presumir de que he probado las larvas de hormiga.
¿Repetiría? Puede que en otras circunstancias, con otros sabores acompañando al plato principal e intentando no fijarme demasiado en el contenido. En esa situación mi estómago me invitaría a ello. Eso sí, si tienes oportunidad de probarlas, yo no la dejaría pasar, puesto que no todos los días se puede probar «el caviar mexicano«.
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