Lugares «congelados» en el tiempo hay varios: Pompeya en Italia, Chernóbil en Ucrania y Villa Epecuén en Argentina. Todos, causan gran atracción en las personas; tal vez por el misterio que les envuelve o, quizás, porque es un recordatorio de lo vulnerables que son ante situaciones que no se pueden controlar. Ya que estás aquí leyéndonos, suponemos que eres una de esas personas intrigadas. Por eso, te invitamos a descubrir dónde está la ciudad fantasma que atrae a miles de turistas.
El lunes 12 de mayo del año 2008, un fuerte terremoto azotó el condado de Beichuan en la provincia china de Sichuan. Eran las 2 de la tarde y los ciudadanos se encontraban haciendo sus labores diarias: conduciendo sus coches, comprando víveres, en una consulta médica e incluso, en sus trabajos, universidades y escuelas. De hecho, en el momento de la tragedia 5 colegios sucumbieron a la potencia de 8 grados en escala de Richter de un fuerte terremoto. En todos, había niños dentro.
Aquel día la tierra tembló en Pekín, Shanghái y a lo largo de toda China. Pero además, lo hizo en Hanói, la capital del vecino Vietnam. El sismo más mortífero del país desde 1976 acabó con la vida de unas 87 mil personas, y otras cientos se quedaron sin hogar; según informa la BBC. Desde entonces, el lugar se transformó.
Una tragedia convertida en ciudad fantasma
En Beichuan todo parece haberse detenido en el tiempo. Los edificios permanecen intactos, o al menos, tan intactos como los dejó el terremoto. Una de las postales que más impacto causa es la de un edificio central en ruinas y justo en frente, un imponente reloj marca la hora del desastre natural. Así, un instante ha permanecido inmóvil e intachable durante 10 años. Es una ciudad fantasma con todas las características.
Banderas izadas, árboles y plantas en pleno desarrollo, hogares amueblados… Todo está igual. Así como también lo están las 20.000 personas que se encuentran aún sepultadas bajo los escombros.
El turismo en una tragedia
Las ruinas de Beichuan reciben unos 2.2 millones de turistas al año. Al lugar se le conoce como la «Pompeya Moderna», porque los visitantes son invitados a viajar en el tiempo. La zapatilla de un niño, un balón de fútbol desinflado, parques desolados… son todos parte de lo que se puede ver en el recorrido. De hecho, el paseo es acompañado por quienes solían ser lugareños, que ahora se han dedicado a conservar el pueblo como un patrimonio nacional.
Desde que sucedió el terremoto, el turismo se convirtió en la principal fuente de ingreso de la región. Por otro lado, la ciudad gasta anualmente unos 3.2 millones de dólares para mantener las ruinas tal y como están.
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